Publicado na Revista Eletrônica “La Onda Digital”, edição 484 – Uruguay, maio de 2010.
El presidente de los Estados Unidos de América (EE.UU), Barack Obama, anunció a comienzos de abril de 2010, su doctrina de uso de armas nucleares, en la que mantiene, básicamente, las mismas directrices establecidas desde fines de la década del 60, durante el mandato del presidente Richard M. Nixon, de triste memoria. De hecho, Obama reafirmó que “el papel principal de las armas nucleares americanas, que perdurará mientras existan dichos ingenios, es el de disuadir un ataque nuclear contra los EE.UU., sus aliados y sus socios”.
La política enunciada por el actual presidente de los EE.UU. representa una flagrante alerta sobre la caducidad de las normas del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), de 1968 y que entró en vigencia en 1970, contando hoy con 189 partes signatarias.
Como es sabido, el TNP es un tratado desigual, aunque estructurado en el ámbito de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), pues divide a las partes signatarias en los estados nucleares, que pueden tener las bombas atómicas, y aquellos no nucleares, a quienes les está vedado el respectivo acceso.
El TNP tiene por objeto, por un lado, eliminar la carrera armamentista y limitar la proliferación nuclear al mismo tiempo en que, por el otro, permitir y posibilitar el uso pacífico de la energía atómica. Un organismo multilateral, la Agencia Internacional de Energía Atómica (IAEA) fue creada para monitorear este tema.
Incluso, el artículo VI del TNP estableció como su objetivo final el fin de la carrera nuclear, a corto plazo, así como el desarme nuclear absoluto. Muchos países, inclusive Brasil, adhirieron a los términos del TNP de buena fe, en 1998, con el objetivo de contribuir hacia el proceso global de desarme nuclear generalizado.
La buena fe brasileña fue, en la mejor de las hipótesis, un tanto como desprevenida, pues en aquel momento, ya transcurridos 30 años de la fecha de la firma del TNP se sabía, con lujo de detalles, no sólo del carácter desigual del tratado, de su aplicación idiosincrática, de la manipulación de la IAEA por parte de los estados nucleares, así como de su caducidad, por la pérdida absoluta del propósito enunciado.
Tal es la situación, después de más de medio siglo de la fecha de la firma del TNP. Eso porque los estados nucleares se mostraron profundamente desinteresados en promover el propio desarme nuclear, como forma de mantener su hegemonía militar y política. Esta realidad fue reafirmada por el presidente Obama en el enunciado de su posición nuclear, según lo señalado anteriormente.
Es más, el mundo se volvió cada vez más dependiente de la energía nuclear, hoy por hoy, la más limpia y compatible con el combate al efecto invernadero.
Con el crecimiento económico mundial y la proporcional necesidad de fuentes energéticas, las tecnologías nucleares se vuelven más importantes. El oligopolio de dichas tecnologías, en tal situación, trae igualmente enormes ventajas competitivas y económicas para los agentes de los estados nucleares.
El TNP es, así, un brutal instrumento del imperialismo político, militar y económico, que se plantea absolutamente anacrónico en el mundo de hoy. Corresponde su profunda e inmediata revisión, de tal forma que se torne un instrumento tanto equitativo como eficaz en la promoción de la paz generalizada y del conocimiento, con fines a la promoción de la prosperidad humana.
Traducido para LA ONDA digital por Cristina Iriarte.